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Los encuentros con la muerte de Diomedes Díaz

Diomedes Díaz siempre llega tarde, al punto de que es común que sus fans lo llamen “No vienes Díaz”. En una ocasión, en Mate, Bolívar, tuvo que salir corriendo porque sus fans le lanzaron piedras y palos por haber llegado tarde. Luego, en La Junta de los Remedios, algunos asistentes dispararon contra el escenario a las 3 a. m., cuando cancelaron el show después de siete horas de espera. Su impuntualidad ha llegado al punto de que algunos pilotos recuerdan que tenían que inventar excusas para poder esperarlo hasta 30 minutos en el aeropuerto de Valledupar. ¿Cómo iban a perder la oportunidad de volar en la cabina con el cantante popular que más discos ha vendido en Colombia?

Pero esta mala costumbre también lo ha salvado de la muerte. En noviembre de 1994, Diomedes llegó tarde al Aeropuerto de Maiquetía, en Caracas, Venezuela, y su acordeonero Juancho Rois y tres de sus músicos murieron en un accidente aéreo ocurrido en la población de El tigre. En una emisora de RCN rompió a llorar, dijo que pasaba por uno de los peores momentos de su vida y que había perdido 30 años de trabajo. Sufrió una crisis nerviosa y tuvo que ser atendido por un médico en la capital venezolana.

Tres años después, en 1997, el escándalo por la muerte de Doris Adriana Niño lo llevó a estar fugitivo y a esconderse en fincas de paramilitares, como cuenta el periodista Alberto Salcedo Ramos en su crónica “La eterna parranda”. Por esos años, sufrió el Síndrome de Guillain-Barré, un trastorno del sistema nervioso que lo ayudó a recibir la casa por cárcel.

En esa época tenía 42 años, y ya había sobrevivido a un accidente de tránsito que acabó con la vida de su tío Martín Maestre, el compositor que le enseñó la rima y la métrica. Ya había aguantado hambre, ya había caminado descalzo, ya había pintado sus zapatos de un color diferente todos los días para fingir que tenía muchos, ya había cantado a cambio de tazas de café y comida, y ya le habían pegado una pedrada en el ojo mientras intentaba bajar de un árbol un gajo de mangos. Cayó en un colchón de hojas. Quedó bizco del ojo derecho. Pero estaba vivo.

En 2007, poco después de cumplir los cincuenta años, Diomedes, sufrió un infarto en Valledupar. Le hicieron un cateterismo, porque tenía obstruida las venas del corazón. El 5 agosto del mismo año, después de subir las escaleras de la Embajada de México en Bogotá, tuvo dificultades para respirar. Fue internado en el cuarto piso de la Fundación Santa Fe, donde atendió una entrevista de El Tiempo, en la que dijo que no había querido reflexionar sobre su vida: “¿Qué saco con pensar ahora? Si vivo, voy a ser otra persona. No me hace falta componerme en nada. ¿En qué? Casi no tomo, casi no fumo. Es que tengo carita de desordenado, pero soy muy serio”.

Ahora, en 2012, una vez más ha estado cerca de la muerte. El martes 30 de octubre, a los 4:15 a. m., iba a desayunar a su finca Las Nubes, en la vía entre Valledupar y el corregimiento de Badillo. Su conductor, Luis Carlos Hinojosa Meza, vio un semoviente en la vía, trató de esquivarlo, la llanta de su Toyota Prado Sahara se estalló en la curva, el carro se volcó de medio lado, dieron vueltas y se chocaron contra varios árboles. De inmediato, Diomedes intentó salir del vehículo, pero el pecho le dolía demasiado. Varios campesinos se acercaron y los auxiliaron. Un Mazda 323 lo llevó a la clínica de Valledupar y luego fue remitido a la del Cesar, donde el diagnóstico fue complejo: fractura en el séptimo arco costal interno, politraumatismo, trauma craneoencefálico, de tórax y de abdomen.

El 31 de octubre fue trasladado en una avioneta a la Unidad de Cuidados Intensivos de la Clínica Shaio, en Bogotá. Dos días después, el 2 de noviembre, salió de cuidados intensivos. Es imposible pensar que debe estar recitando en su cabeza la canción Cuando me muera: “según el último diagnostico médico, jajaja (¿qué sucede, Cacique?) / Por ahora la muerte tendrá que esperar, tendrá que esperar… ¡Aleluyaaaaa!”.

Escrito por: Simón Posada
Fuente: El Tiempo

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