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El ADN de un ídolo: Silvestre Dangond

Estrella Silvestre Dangond es uno de los intérpretes que más dinero y escándalos han ganado en la industria vallenata. La pasión que desata en sus presentaciones es incalculable. A pesar de sus aciertos y desaciertos, el artista se mantiene como un fenómeno que no deja de sorprender.

Donde llega cautiva, llama la atención y reúne multitudes. Es casi un héroe musical, porque ha levantado un movimiento bautizado “silvestrista” que idolatra su talento e irreverencia casi camaleónica. Así es Silvestre Dangond, un ídolo del vallenato que un día cambia de look, otro de acordeonero y hasta de estilo de vida.

Aclamado y adorado es también blanco de críticas por la manera como se viste, actúa y sus constantes lemas, que, a su criterio, son aprendizajes de vida, porque no sirve para estar pegado a los libros. Lo de él es cantar y poner a disfrutar a su público que responde a sus llamados con cierto halo de euforia a pesar de los constantes conflictos que suele protagonizar y a los que parece no importarle las consecuencias. A lo que con franqueza responde: “A eso no le paro bolas, le doy de comer a la gente. Me he acostumbrado a eso porque no me voy a amargar la vida con tanto problema. Tengo mucho criterio, personalidad y la convicción de que estoy haciendo las cosas bien y ahora porque me pinté el pelo de mono no voy a dejar de cantar bien o voy a desafinar. El dicho es muy claro y queda justo porque al árbol que tiene fruto es al que le tiran piedra y hay gente que quiere volar cometa y no tienen pita, ni para bailar un trompo”, dijo en unas de sus recientes entrevistas en las que se vio señalado por pintarse el cabello y pasar de ser castaño a rubio casi platino y por atravesar una de las etapas más fuertes de su carrera: otra separación musical, esta vez protagonizada por su compañero de fórmula, Rolando Ochoa.

“Es otra separación que enfrento con la madurez necesaria para seguir trabajando. Ambos tenemos proyectos e inquietudes diferentes. Sabía que de inmediato se iban a generar rumores sobre la separación, pero la realidad es que era algo necesario. Somos grandes amigos y no peleamos ni quedamos enemistados”, señaló.

De su infancia Silvestre recuerda que fue el niño mimado de la casa de sus abuelos. Comía mucho y su abuela le alcahueteaba sirviéndole más que a sus primos. En los juegos era el único hombre entre una decena de mujeres. El niño era quien dirigía a sus primas. Mandaba desde pequeño, por lo que su liderazgo era evidente que estaba en sus venas. Sus amiguitas eran quienes le hacían barra cuando se presentaba en concursos de canto en el colegio. Justo por esa época, contando con escasos 13 años, grabó su primera canción, escrita por Juvenal Daza dedicada a su gran Valledupar, una tierra que ama.

La parranda estaba en su ADN. En el colegio parroquial El Carmelo, armaba “piquerías” en cada descanso. Silvestre y sus compañeros preferían quedarse en el salón cantando y buscando al mejor improvisador. El cuaderno argollado hacía las veces de guacharaca, el pupitre del profesor de caja y la voz de Silvestre imitaba los vientos de un acordeón. Nunca pudo con el inglés, pero la historia era lo suyo, cuentos y leyendas que ahora narra en sus discos.

“Lo mío siempre ha sido improvisar y cantarle a lo que me han contado, he visto o vivido. Eso de inventarse historias rebuscadas no es lo mío”, aseguró.

Apenas llegó a Bogotá, Silvestre se metió de lleno en la música. Formó con un par de amigos un grupo de vallenato y daba serenatas los fines de semana, animaba fiestas de cumpleaños y celebraciones empresariales. Iba y venía cada vez que podía a Valledupar, expresamente, a visitar a la que era su novia y hoy es su esposa, Pieri Avendaño.

En el año 2001, su padre logró reunir un millón doscientos mil pesos para matricular a su hijo en la facultad de arquitectura. Silvestre asistió solo 15 días a la universidad y no volvió jamás. Se escapó a Valledupar y meses más tarde regresó arrepentido pero con la promesa de convertirse en un cantante profesional. El viaje, sin saberlo, le había traído la suerte de relacionarse con un buen amigo, el compositor y cantante Felipe Peláez. A su regreso comenzó cargándole los instrumentos a “Pipe”, escribía canciones y se las mostraba al reconocido mánager Robert Meza. Los acompañaba a todas las presentaciones y algunas veces le permitían cantar una o dos canciones en las fiestas privadas. Pero sería el sanandresano Carlos Bryan Uribe y su amigo José Luis Masías, quienes le darían el primer empujón. Una mañana mientras conversaban amistosamente le regalaron a Silvestre un millón de pesos para que se dedicara por completo a sacar adelante su primera canción. Peláez colaboró prestando gratis su estudio.

Lo primero que hizo Silvestre con el cheque que le llegó por su primer trabajo fue regalarle a su mamá una lavadora, para que no volviera a lavar a mano, y una secadora para no esperar tanto tiempo por la ropa. También contrató a una empleada para que doña Dellis nunca más volviera a planchar. Los cheques y las presentaciones seguirían llegando, pero el 2004 sería su año: nació su primer hijo, Luis José; se unió a uno de los mejores acordeonistas, Juancho De La Espriella; Colombia lo conoció por su canción La colegiala y, finalmente, le cumplió la promesa que una vez le había hecho a su madre: le regaló una casa.

Los éxitos comenzarían a llegar año tras año. De 2004 a 2010 tuvo conciertos a reventar, fue el artista vallenato más vendido en el país, ganó discos de platino, rompió récord de ventas en Venezuela, el canal RCN lo contrató como mentor en el programa Se busca intérprete, se creó un movimiento único denominado Silvestrista. El canal Caracol lo buscó para conducir el programa Un minuto para ganar y uno de sus discos tuvo más de seis éxitos el mismo año.

Sin embargo, la felicidad no sería completa. Su carrera atrajo escándalos que por su nombre no pasarían inadvertidos. Puyazos y peleas de tarima contra colegas como Peter Manjarrés, el saludo que le negó a Jorge Celedón en una feria de Cali y hasta tratar de hipócrita al veterano Diomedes Díaz fueron registrados por los medios. Sin embargo, ese impasse terminó en amistad, porque Manjarrés terminó siendo padrino de su boda en la que no faltó el vallenato. Pero el escándalo más sonado se presentó el 25 de diciembre de 2010. El artista cantaba en el evento de clausura del Festival Tierra de Compositores, en Patillal. Entonces, para celebrar la Natividad de Jesucristo, Silvestre invitó a varios niños para cantar junto a él, entre ellos, Moisés Elías Molina Mejía, quien mencionó una frase que conmovió al artista: “¡Lo quieren acabar, pero no han podido!”. Silvestre sacó dos billetes de cincuenta mil pesos para darle un aguinaldo, se arrepintió y sacó otros dos billetes para completar doscientos mil pesos mientras decía: “Éste se los merece dobles”, luego le tocó los genitales, en un gesto que para él, para muchos y hasta para la familia del menor, simbolizaba que “las tenía bien puestas”.

El caso fue censurado por diferentes medios, incluso, hubo una denuncia penal por abuso sexual y la Procuraduría se pronunció sobre el incidente. Silvestre se vio obligado a salir y explicar la situación, pidió disculpas públicas y, en enero de 2012, la Fiscalía precluyó el caso que aún levanta comentarios.

Otro escándalo ocurrió hace un par de meses, luego de que un asistente a un concierto le hiciera al cantante una señal ofensiva con su mano. Enfurecido, Silvestre lo insultó y lo amenazó con mandarle a un guardaespaldas.

Otras situaciones no han pasado inadvertidas. El escándalo que protagonizó en el condominio Aguamarina Beach, localizado entre Barranquilla y Cartagena, donde amigos suyos, al parecer, hicieron tiros al aire.

El rompimiento profesional con su acordeonista, Juancho De La Espriella, también hizo eco en el mundo musical. “Juancho es una persona que siempre creyó en el proyecto que quería sacar adelante, sin embargo, todo tiene su límite. Nada es eterno. Era el momento para separarnos. Dios sabe lo que hace”, señaló.

Sin embargo, su fama, canciones y fanaticada siguen creciendo. Muestra de ello fue el episodio que hace pocas semanas se presentó en Cúcuta, donde una decena de jovencitas se desnudaron en un concurso para obtener entradas a su concierto en esa ciudad.

Ése es Silvestre Dangond, un hombre que cuando sale a la calle se convierte en el centro de atracción, por lo que, en palabras del propio cantante, ha decidido “parar un poco”. Se fue de su tierra natal un buen rato para radicarse en Miami. Lugar desde el que espera consolidar proyectos ambiciosos en los que la balada sería su cambio radical en lo profesional.

Componer, descansar y pasar más tiempo con su esposa Pieri y sus hijos: Luis José, Silvestre José y el recién nacido, José Silvestre, para poder recuperar los días que no ha estado con ellos por andar “silvestreando” es uno de sus sueños más anhelados. Después de la tormenta llega la calma dice un refrán popular que a Dangond le calza muy bien en estos días en los que a pesar de no dejar de trabajar, necesita para seguir sorprendiendo a su fanaticada.

Gabriela Trujillo Prado
Panorama

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