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Enrique Díaz, el juglar que no vivió de aplausos

Contrariando la tesis popular de que los aplausos son el alimento de los artistas, el juglar sabanero Enrique Díaz Tovar tenía sus propios y efectivos argumentos que exponía cuando estaba en parrandas, amenizaba casetas o distintas presentaciones. Es así, como hasta sus últimos días fue fiel a sus preceptos de no tocar su acordeón gratis, razón por la cual no ensayaba.

Una anécdota que ratifica su peculiar condición sucedió en el año 2000, en El Paso, Cesar, cuando en el Festival Pedazo de Acordeón fue invitado a la tarima a realizar una presentación. Cuando subió, el presentador pidió aplausos para el juglar, y enseguida Enrique ripostó: “Un momento, yo no vivo de aplausos porque eso no da pal’ mercado. Si el alcalde me responde, yo de inmediato les regalo cuatro o cinco piezas”. En esa ocasión, el alcalde le respondió al autor de ‘El rico cují’.

Enrique Díaz era ingenioso, práctico, claridoso y no se guardaba nada. En alguna ocasión estuvo en Chimichagua, y le gustó una morena que tenía las medidas calculadas para su cuerpo.

Indagó por ella, y cuando le comentaron que era separada, pero que tenía dos hijos, retrocedió en su interés de conquistarla y manifestó: “Yo no estoy pa’ criá cachorros ajenos, mejor me busco un nido que esté solo”.

Muchas ocurrencias

Son cientos y cientos de ocurrencias las que se le anotan a este juglar campesino de lenguaje original que durante su vida se dedicó a darle rienda suelta a su talento innato y a gozarse la vida a su manera. He aquí, varias de las recopiladas.

1.- Estaba en una parranda y notó que no había llegado uno de los compadres invitados. Enseguida preguntó por él y le dijeron los motivos: la hija del compadre se había escapado con el novio. Enrique, previendo la tristeza de su compadre, se puso serio y preguntó: “¿Y esa virginidad porque no la pusieron detrás de la oreja, pa’ evitá tanto peligro?”.

2.- El maestro Enrique iba caminando, de repente se metió la mano al bolsillo y sin darse cuenta se le cayó un billete de dos mil pesos. Un niño, al ver que se le había caído corrió a llevárselo. Al notar la deferencia le dio las gracias, pero le indicó: “Si hubiera sido de 50 mil, no me lo traes corriendo”.

3.- En cierta ocasión, lo contrataron para una parranda, lo llevaron en una lujosa camioneta cuatro puertas con vidrios polarizados y full aire acondicionado. Salieron a eso de las cuatro de la tarde, y cuando llevaban como una hora de camino Enrique le dijo al conductor: “Compa, dele más rápido a este aparato, está haciendo frío y está que se ‘esgargara’ un señor aguacero”.

4.- Como solía dar pocas entrevistas, una vez un periodista le preguntó el sitio exacto de su lugar de nacimiento, porque se le atribuían varias patrias chicas. Él, se lo quedó mirando y le manifestó: “Vea, pa’ no dar más vueltas, yo nací lejos, por allá en un lugar donde no llegan ni los Testigos de Jehová”.

5.- Estando en una tarima, cuando ya llevaba varias canciones, una joven comenzó a jalarle la bota del pantalón y pedirle a gritos una canción de Kaleth Morales: “Maestro, maestro, ‘Vivo en el limbo’. Maestro, maestro, ‘Vivo en el limbo’, por fa”. Ya angustiado, Enrique paró el conjunto en seco y le dijo: “Vea, muchacha, si tú vives en el limbo, yo vivo en Planeta Rica”.

6.- Alguna vez, en una parranda, dijo que iba a estrenar una canción que relataba un hecho luctuoso. Comenzó a cantar: “Iban tres personas en un tractor, tres se mataron y el otro perdió la vida”. Enseguida, alguien le llamó la atención diciéndole que los muertos eran tres y no cuatro. Lo miró fijamente y le ripostó: “Vea, compa, usted se calla. No sea sapo que usted no iba en ese tractor”.

7.- El maestro compró una motocicleta, pero se la manejaba el hijo, quien lo transportaba a todas partes. En una ocasión lo llevó a reclamar unos medicamentos, y durante el trayecto frenó en seco el vehículo. Enrique, viendo eso le dijo: “Bueno, ¿y por qué te detienes así de brusco?”. El hijo le contestó: “Papá, lo que pasa es que el semáforo se puso en rojo”. Ante esto, el juglar manifestó: “Dale rápido que no me puedo demorar. O acaso el semáforo es el que te da la comida que no le obedeces a tú papá”.

8.- La última historia de sus ocurrencias innatas sucedió unos días antes de despedirse de la vida, cuando su hijo Jaime le llevó a la clínica una imagen del Divino Niño para que le pidiera por su salud. Enrique se quedaba pensativo, mientras que el hijo le insistía. Entonces, después de algunos minutos no se aguantó más, fue elocuente y claro: “Vea hijo, yo no hago negocio con pelaos, y menos si son relacionados con la salud”.

Enrique Díaz Tovar. Foto Roberto Castilla Arroyo.

Las vueltas de la muerte

En esas disertaciones, entre jocosas y serías que solía hacer, manifestó: “Si uno pudiera negociar con la muerte, ella no tendría donde esconder la plata, porque todos pagaríamos pa’ no morirnos”. Y al final ocurrió así. El maestro Enrique Díaz ni lo intentó, porque estaba destinado para algún día estrenar la famosa ‘Caja negra’, y cuando lo hizo, a sus 69 años, recibió grandes y universales aplausos, pero esta vez no los escuchó, porque de lo contrario habría soltado su célebre frase: “Un momento, yo no vivo de aplausos porque eso no da pal’ mercado”.

El hombre que trabaja y bebe
déjenlo gozá la vida,
porque eso es lo que se lleva
si tarde o temprano muere.
Después de la caja negra, compadre,
creo que más nada se lleve.

Juan Rincón Vanegas

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