Silvestre Dangond, el músico al que le crearon religión propia

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Camisetas, discos, caravanas con multitudes enardecidas y hasta frases que se repiten como si fueran oraciones hacen parte del fervor que despierta Silvestre Dangond.

Como si se tratara de un campeón mundial, así recibieron a Silvestre durante el lanzamiento de su disco ‘No me compares con nadie’, en Valledupar. Después de una larga caravana por las calles de la ciudad, la fiesta se trasladó al Parque de la leyenda vallenata Consuelo Araujonoguera.
«¡Qué encartada!», eso fue lo que le dijo Silvestre Dangond a su hoy esposa, Piery Avendaño, hace tres años, cuando, emocionados por el éxito de sus conciertos y su música, decidieron mandar a estampar cinco mil camisetas de su fundación Silvestristas de corazón grande. Pero casi tres mil se quedaron guardadas en una bodega. Nadie las compró. El año pasado, con la lección aprendida, decidieron hacer solo dos mil camisetas, pero la vida les tenía preparada otra sorpresa. En ocho días, no había una sola disponible y los pedidos no paraban de llegar.

Ese día Silvestre le dijo a Piery una frase que aún tiene grabada: «Entre más me quiere la gente, más complejo se vuelve mi trabajo». Se refería a la responsabilidad que implica tener un público muy diferente al de los cantantes tradicionales. Un público que le expresa un fervor que aturde y sorprende a los más desprevenidos: «En tan solo tres fines de semana después del lanzamiento de mi nuevo disco, se han vendido 60 mil copias. Por eso digo, cuando vean un mapa de Colombia cubierto con manchas rojas eso no es guerrilla, es la marca del territorio silvestrista».

Y precisamente una mancha roja fue lo que se vio en Valledupar hace unas pocas semanas. En esa ciudad Silvestre lanzó No me compares con nadie, su nuevo disco -es uno de los pocos músicos que se atrevió a lanzar un proyecto a tan solo un año de tener el anterior en el mercado, generalmente otros esperan dos o tres años entre cada producción-. Una multitud emocionada se volcó a las calles mientras Silvestre encabezó el desfile montado sobre una camioneta que atravesó casi todas las vías de la capital del Cesar. Eso sin contar el lleno del Parque de la leyenda vallenata. Treinta mil personas deliraron con su show, lo aplaudieron, corearon sus canciones, fue un festival vallenato adelantado.

«No sé cuál es la fórmula, solo puedo decir que es más fácil cuando tienes gente a favor y gente en contra»; así responde cuando le preguntan por la clave para encantar multitudes, por el método que usa para hacer que su público se emocione de tal manera en sus conciertos que él mismo debe hacer pausas en su espectáculo para evitar que sus admiradores terminen fuera de control: «Es el público el que hace que yo me salga del cascarón. Mi consigna es ‘Respeto por la gente’, porque a ellos me debo, yo soy de la gente. Por la gente dejo de ver a mis hijos, ese fue el trabajo que escogí y me lo aguanto con gusto».

Y es que es ahí, en la tarima, donde Silvestre ha construido un nexo muy fuerte con aquellos que escuchan sus canciones. La tarima es el lugar donde canta, donde se desahoga pero también donde han nacido muchas de sus polémicas: «Solamente he dicho lo que pienso. Si Angelino pelea con el Presidente por decir lo que piensa, yo también tengo la posibilidad. En mi vida personal, durante muchos años, estuve callado, no pienso hacerlo en la tarima».

Y no lo ha hecho, quizá por esa razón, por su estilo espontáneo y sin libretos, fue que pusieron sus ojos en él para convertirlo en presentador de TV, aunque él mismo reconoce que sus discursos sobre el escenario se han moderado: «Creo que la oposición se ha calmado un poco y por eso yo también lo he hecho. Es lógico que uno aprenda, a las buenas o a las malas».

Y Silvestre aprendió. Sobre todo, a asumir que cada uno de sus movimientos está siendo vigilado por miles de seguidores: «A veces, cuando salgo a la calle, dejo al cantante, me tomo un jugo, paso por una droguería, compro un condón. Ese Silvestre es complicado, porque se me olvida que soy figura pública. Ahora ocurre con Twitter que llegas a un lado, estás almorzando, y cuando te paras lees: «Estoy viendo a Silvestre Dangond almorzando con tal persona»… Y te volteas a ver quién escribió. Eso se termina convirtiendo en un pequeño conflicto, porque piensas ‘salgo o no salgo, hago tal cosa o no’; al final toca buscarle frescura a la situación para poder gozarse la vida».

Para eso, para ponerle frescura a todo y evitar que las reglas de la fama terminen controlando sus días, Silvestre decidió proponer sus propias condiciones. Por eso determinó que a su matrimonio y a la fiesta con su familia no iría ningún medio de comunicación: «El matrimonio fue para darles ejemplo a mis hijos. Luis José (7 años) y Silvestre José (de 4 años). Fueron ochenta personas, porque no iba a hacer fiesta para críticos. No invité a la prensa porque estoy rodeado de gente muy humilde, y ellos siempre van a expresar su humildad hasta en el vestir. Yo no quería volver mi matrimonio una sala de modas, donde dirían, la mamá de Silvestre llegó con tal vestido, el abuelito no llegó con el gorro que era, no quería estratificar mi matrimonio. Fue una reunión de hermanos y de amigos».

Han pasado diez años desde que Silvestre apareció en el mercado (comenzó a los 21). El tiempo suficiente para que el hijo de Palomo y de Delia, aprendiera que su vida iba a ser muy diferente a la de sus amigos de infancia en Urumita, Guajira, donde nació. Los años necesarios para entender que si confiaba en su talento y en sus impulsos podría convertirse en el nuevo fenómeno de la música en Colombia.

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