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Pablo López en un solo de caja

Cuando Tomás Alfonso Zuleta vio aparecer en uno de los salones del Grand Hotel de Estocolmo a un ario inmenso de ojos cristalinos, luciendo un elegante traje de dorada botonadura y ornamentos que parecían propios de la realeza, volteó hacia Pablo López y lo guiñó, para que fotografiara un momento que sería irrepetible: Poncho Zuleta abrazado con el mismísimo rey Carlos Gustavo en la antesala de los Premios Nobel del 82. “Compadre, me hace el favor y me saca sesenta copias de esa foto”, le recomendó Zuleta a López.

Un par de días después, toda la legión vallenata que acompañó a Gabriel García Márquez regresaba al hotel donde este se hospedaba, cuando de nuevo se advirtió la presencia del soberano; sin embargo, causaba extrañeza que esta vez cargara un par de maletones que descomponían su erguida figura.

No era tal monarca sueco, sino un gentil botones que accedía a posar con todo aquel que se lo pidiera, pero que no tenía intención de suplantar a nadie; simplemente, que ante las barreras del idioma, el solo sonreía, y muy diligente, atendía el lenguaje gesticular.

Abochornado, Poncho Zuleta le pidió a Pablo que nunca fuera a revelar ni el negativo ni el positivo de la dichosa imagen.

Pero en medio de la mofa que se armó por la inocente equivocación, fue Emiliano Zuleta quien se reservó el derecho a conservar el original y la sesentena de reproducciones. La foto, uno de los secretos mejor guardados de Poncho Zuleta, es de las pocas que faltan en el copioso arsenal de recuerdos acumulados durante décadas por Pablo López Gutiérrez, un gurú del folclor que tiene mucho que ver con la historia del Festival de la Leyenda Vallenata y con la difusión de dicha expresión terrígena.

La casa del maestro Pablo en Bogotá es, en efecto, como un santuario donde se atesoran incontables momentos del folclor y de sus personajes. Desde la puerta se avista el retrato sepia ampliado de Pablo Rafael López, quien, acordeón terciado, se entroniza en un lugar que parece estar reservado a la memoria y al culto. Este don de la imagen, padre de once hijos, es el patriarca de una de las dinastías más prolíficas de la música del Magdalena Grande, la de los López.

Los visos ambarinos de la efigie del viejo Pablo parecen iluminar una estancia con color de añoranza, y en la que el mayor de los hijos ha dispuesto cada retrato y cada placa de tal forma que la vista va haciendo un fascinante y melodioso itinerario.

Y no es únicamente la música de los Hermanos López la que cuelga en las paredes ocres, sino los acordes de Alejo Durán, de Luis Enrique Martínez, de Colacho Mendoza; la euforia del pueblo en tiempos de festival o las memorias del expresidente López Michelsen o de García Márquez reflejadas en el gozo de sin iguales parrandas. Pablo López es el custodio de tesoros documentales dignos de cualquier archivo oficial.

Un vallenato en la capital

Cuando López Gutiérrez llegó a la capital, en 1956, la incipiente colonia costeña solía reunirse y armar parrandas afrentosas para la sociedad cachaca. Hernando Molina, primer esposo de Consuelo Araújo, era un soldado del Ejército, y en sus licencias, el cajero oficial de la agrupación, hasta un día en que se pasó de tragos.

Tal estado de beodez lo aprovechó Pablo para demostrar sus dotes, hasta ese momento casi desconocidas para los congéneres que asistían a los encuentros. “Este mundo está al revés, hemos perdido el tiempo escuchando a Molina, pero el que toca es Pablo”, manifestaron al unísono. Desde ahí se reconoció al verdadero dueño de la caja.

De esos toques espontáneos y cuando ya López estudiaba en la facultad de derecho, nació el grupo Los Universitarios, con Víctor Soto y Pedro García, también alumnos de leyes. Juntos, convirtieron las tertulias musicales en un compromiso permanente con su participación en ‘Meridiano de la Costa’, programa que en los sesenta se emitía en vivo desde los estudios de Radio Santa Fe.

En la algarabía de esos festejos dominicales Pablito López vio un día entre los parranderos al púgil Bernardo Caraballo, justo cinco días antes de que este disputara el título de las 118 libras frente al brasileño Eder Jofre. “Bueno, ¿y usted no debería estar preparándose?”, preguntó López, pero el gozoso y confiado retador se escudó en una temeraria musaraña que reflejaba su aire de triunfador sin haberse subido al cuadrilátero.

La historia después contó que ese 27 de noviembre del 64, un viernes, Caraballo cayó a la lona en el octavo asalto y que no pudo volverse a levantar. Pero quién sabe si el nocaut contra el cartagenero –primer colombiano en disputar corona– tuvo que ver con aquella fiesta amenizada por López y su agrupación, la cual pudo haberlo apartado de su rutina de entrenamientos.

El excéntrico púgil ha dicho que la derrota fue por haber hecho sacrificios previos al combate para dar el peso gallo, mientras las malas lenguas le han achacado la culpa a su gusto por las damiselas, que lo habrían mantenido cautivo en las vísperas. Ese es tema de otro paseo.

Del Festival y los Olímpicos

Volviendo a los aires vallenatos, llegó primer festival de Valledupar en 1968, cuando el cajero acompañó a Alejandro Durán. Tan emocionante como el triunfo del acordeonista de El Paso fue la invitación que recibió el grupo para representar a Colombia en las primeras y únicas olimpiadas culturales que se hayan realizado en la historia.

El orgulloso Pablo, de prodigiosa memoria, nombra a cada uno de los miembros del jurado que los eligió triunfadores; uno de ellos era el célebre Mario Moreno, Cantinflas. Luego pasa a detallar cómo se dio esa competición cultural. “En la semifinal, Alemania se enfrentó con Perú y nosotros con República Dominicana; a la final llegamos junto con los alemanes”.

El músico y abogado advierte que los dominicanos estaban tan ardidos por la derrota, que lo acusaron de no ser colombiano por la forma como sonaba su percusión. Sin embargo, los difamadores desconocían que el cajero estaba muy influenciado por la música y el cine de Benny Moré y de Kiko Mendive.

La gran final se dio entre Alemania y Colombia, pero los teutones declinaron ante el ritmo arrollador de la música colombiana. Locura en el Teatro Hidalgo, con un Alejo fajado tocando 039, Alicia adorada y La pollera colorá; y unos alemanes perplejos de ver cómo un instrumento, fabricado en serie por ellos, era ejecutado de manera tan soberbia por el sencillo rey negro suramericano. “Los alemanes terminaron aplaudiendo y bailando”, recuerda Pablo López, con la vigilancia de una imagen suya cantando el Himno Nacional en dichas justas.

Al año siguiente de la gesta olímpica, Pablo, Miguel y Poncho López estaban encerrados en los estudios de la CBS en Bogotá para grabar Lo último en vallenatos, el primer larga duración que registraron con la voz de Jorge Oñate. Aquel día, tras la orden de encender los micrófonos, se oyeron también las arengas “la madre pa´l que se equivoque”, vociferadas por Poncho Zuleta, quien rascó la guacharaca en ese magistral acetato. Todos grababan al mismo tiempo, y si alguno se atravesaba, era necesario volver a empezar.

Cuando ventila los nombres de Jorge Oñate y Poncho Zuleta y al tiempo que con su índice traza un recorrido por la torre de álbumes en la que atiborra el pasado, el maestro Pablo López reivindica su incidencia y la de sus hermanos en la formación musical de los renombrados personajes. Casualmente se detiene en una página muy particular… “míralos aquí”. Se refiere a una añeja imagen en la que dos imberbes caminan por las calles de Bogotá. Son Oñate y Zuleta, en los tiempos en que iban a ensayar a la casa de López.

La cita es luego para el Festival Vallenato de 1972, el mismo en el que a Jorge Oñate le tocó ejecutar la guacharaca y López engendró el solo de caja. En plena ejecución de la puya La vieja Gabriela, de Juan Muñoz, Pablito pasmó al jurado y al público con todo su repertorio de golpes al cuero de chivo. Y aunque también turulato, Miguel acompañó a su hermano digitando únicamente los bajos. Tal vez, esa jugada maestra de Pablo fue determinante para que al final Miguel ganara la corona, la primera otorgada a la dinastía.

El cano percusionista confiesa que su inscripción en Valledupar desestimulaba la participación de otros cajeros porque se creía que su toque era como fórmula de triunfo para el acordeonista de turno. Volvió a ganar en 1974 acompañando a Alfredo Gutiérrez, y en el Rey de Reyes de 1987, junto a Nicolás Colacho Mendoza, cuando Consuelo Araújo le dijo “preste esa caja para acá”. Y el tambor quedó como pieza de museo en la Casa de la Cultura valduparense.

El maestro Pablo López goza hoy de la mesada por sus treinta años de servicio como funcionario del Estado. Pero como percusionista aún no se jubila, sigue tocando en parrandas de amigos, de ministros, de presidentes y de expresidentes. Y sus manos robustas, sin ampollas ni callosidades, se mueven rítmicas, cuando no en el lomo de su caja, señalando una ruta memorial.

Es un personaje que ha sido pasajero del avión presidencial y que ha viajado por el mundo dando guantazos de caja en nombre de Colombia, como aquella entrega del Nobel. Una larga travesía en la que el mundo se rindió a la obra literaria de Gabo, que en sagrado silencio escuchó su discurso “La soledad de América Latina”, pero que con total desparpajo –privilegio solo para los asistentes a la Sala de Conciertos y al ayuntamiento– vivió a plenitud todo el folclor colombiano, y el realismo de la música vallenata ya recreada en la prosa garciamarquiana.

Un momento indeleble en el que hasta la corona, dice López, se movía de un lado a otro. Ni la reina Silvia, ni el rey Carlos Gustavo de Suecia, el verdadero, se resistieron a emparrandarse.

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La sorprendente respuesta provocó todo tipo de comentarios.

9 Comentarios

  1. Así es como se escribe una cronica, se la lee uno de principio a fin, por larga que sea y ni lo siente.

  2. ¿De quien es esta nota?

  3. Jota Florez Jaramillo

    Al final de la nota donde dice «Fuente» puedes dar clic para que se abra la web donde se publicó originalmente. Allí saldrá el medio en el que se difundió y su autor original

  4. Es agradable leer estas notas bien sentidas, Pablo löpez Gutierrez, todo un personaje, al igual que toda su familia, como no recordar al Debe Löpez, amigo nuestro en sus ultimos años, nos visitaba en El Carmen de Bolivar, cuando dejo de existir en Sincelejo, a esa gran familia, estandartes de nuestro querido folclor vallenato, tendra que hacerles la Fundacion del fetival Vallenato un Homenaje de homenaje, reuniendo a todos esos cultores de esa musica hermosa y que ha dado la mas significativa expresion del sentimiento de una raza pujante, alegre y progresistas como son los hijos de la Paz-Cesar.

  5. Como dice el autor, César Muñoz Vargas, este Pablo López es un gurú que atesora mucha historia de la música vallenata. Buena labor la que hace Jota Flórez de multiplicar la difusión de estos reportajes de calidad, pero sería bueno que la aclaración de la fuente se hiciera al principio de la nota y no al final en un link escondido. Cualquier desprevenido puede pensar que es J Flórez el que escribe, porque al principio se lee: Por: Jota Flórez Jaramillo.

  6. Jota Florez Jaramillo

    Gracias por la sugerencia

  7. Gracias J Flórez por su atención, pero la observación que hago, es la misma situación que plantea el cronista Alberto Salcedo Ramos, quien denuncia un caso similar y cuyo texto se lo comparto:

    Alberto Salcedo Ramos
    Hay un escritor que se ganó un premio con una novela en la cual yo aparezco como personaje. La novela trata sobre el protagonista de un libro mío, Kid Pambelé. Hasta aquí todo bien. El caso es que en la novela hay frases y PÁGINAS ENTERAS que fueron escritas por mí y aparecen en la trama de la novela COMO SI FUERAN ESCRITAS POR ÉL. Quien llegue desprevenidamente a ese libro y no conozca la fuente original (MI CRÓNICA), puede creer que tales párrafos son de la cosecha de aquel autor, cuando fueron escritos por mí. Yo sé que existe el recurso de escribir intertextualmente, de dialogar con ciertas obras ya escritas, pero ESO DEBE QUEDAR CLARO para que no parezca un saqueo.
    Es un caso que me inquieta, que no sé cómo mirar. A veces me ofende. Me insulta. Me pregunto: ¿el tipo me hace un homenaje o me está robando en mis propias narices?
    Al autor le habría bastado con advertir desde el primer momento lo que había hecho, ser claro, transparente, honesto. Creo que hace una advertencia toda llena de rodeos en una edición que le publicarán ahora (la hace al final, allá donde es difícil que el lector la vea, y no es lo suficientemente honesta). Si acaso no ha hecho la misma advertencia en una traducción que le hicieron a su libro, pensaré si procedo judicialmente. Lo pensaré.

  8. Gracias J Flórez por su atención, pero la observación que hago, es la misma situación que plantea el cronista Alberto Salcedo Ramos, quien denuncia un caso similar y cuyo texto se lo comparto:
    Alberto Salcedo Ramos
    Hay un escritor que se ganó un premio con una novela en la cual yo aparezco como personaje. La novela trata sobre el protagonista de un libro mío, Kid Pambelé. Hasta aquí todo bien. El caso es que en la novela hay frases y PÁGINAS ENTERAS que fueron escritas por mí y aparecen en la trama de la novela COMO SI FUERAN ESCRITAS POR ÉL. Quien llegue desprevenidamente a ese libro y no conozca la fuente original (MI CRÓNICA), puede creer que tales párrafos son de la cosecha de aquel autor, cuando fueron escritos por mí. Yo sé que existe el recurso de escribir intertextualmente, de dialogar con ciertas obras ya escritas, pero ESO DEBE QUEDAR CLARO para que no parezca un saqueo.
    Es un caso que me inquieta, que no sé cómo mirar. A veces me ofende. Me insulta. Me pregunto: ¿el tipo me hace un homenaje o me está robando en mis propias narices?
    Al autor le habría bastado con advertir desde el primer momento lo que había hecho, ser claro, transparente, honesto. Creo que hace una advertencia toda llena de rodeos en una edición que le publicarán ahora (la hace al final, allá donde es difícil que el lector la vea, y no es lo suficientemente honesta). Si acaso no ha hecho la misma advertencia en una traducción que le hicieron a su libro, pensaré si procedo judicialmente. Lo pensaré.

  9. Jota Florez Jaramillo

    Muchas gracias Carlos por compartir este texto y está perfecto el ejemplo. La razón por la que desde el inicio no pongo el nombre del autor y solo enlazo al final es por la misma por la que muchos de los medios tradicionales han tomado información de este sitio y JAMÁS han hecho una cita de fuente sincera en sus notas. Cuando en la parte superior sale «por:» hace referencia a la persona que publicó el escrito más no quien lo hizo. Sin embargo y para que tenga un panorama más claro de lo que sucede cuando replico crónicas o información de otros sites, al enlazar desde BlogVallenato.com cualquier artículo desde otro lugar, Google le genera un puntaje alto en las búsquedas a la web enlazada, logrando que tenga un mejor posicionamiento a futuro. Además se multiplica la difusión de la información y de paso no se viola ningún derecho al citarse la fuente al final. Gracias por notarlo y por las sugerencias