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Al acordeonero no se le puede exigir que cante

“Lo que natura non da, Salamanca non presta”, dijo el filósofo español Miguel de Unamuno (1864-1936), cuando fue rector en la célebre Universidad de Salamanca. Con esta expresión se asevera que cada ser humano posee preferencias por una vocación que puede perfeccionar con el estudio y la experiencia; pero aquello que la genética ha negado no podrá ser reemplazado por la tutoría de expertos en centros de educativos. Retomo la máxima de Unamuno, para desarrollar mi propuesta: “No se le puede exigir a los acordeoneros, que en sus presentaciones sean ellos los que canten”.

El cantar es un arte, no es un oficio. El cantante es un ser a quien que Dios y natura le han premiado con una lira en sus cuerdas vocales para darles eufonía a los versos. Los compositores sueñan con el milagro de poder cantar, algunos hasta se hacen cirugías, asisten a terapias, a clases de canto; pero si en la garganta no tiene la cadencia fonética, nunca serán cantantes de verdad. Podrán grabar sus canciones y las de otros amigos, pero jamás alcanzarán la talla de artistas del canto. Cada quien tiene su talento. Rafael Escalona entendió desde temprano que lo suyo era la composición, y se dedicó a hacer canciones; cuando reunió varias, hizo su primera alianza con el cantante Alberto Fernández Mindiola y guitarrista Julio Bovea, con el fin de grabarlas. En cambio, Miguel López Gutiérrez nació para tocar acordeón; heredó de sus de sus ancestros maternos y paternos la vena musical, y aprendió también de otros maestros, como Luis Enrique Martínez y Lorenzo Morales. Por su destreza en la interpretación de los cuatro aires, fue coronado quinto rey vallenato.

El hecho de no cantar no le quitó méritos para coronarse rey. En los inicios de la música vallenata, eran aún pocos los que mostraban interés por ella; en parte por eso explica que el acordeonero cantara y compusiera. Las composiciones que a la sazón creaban y tocaban los juglares tenían el vigor folclórico, pero a las grabaciones, en ciertos casos, les faltaba la armonía del canto para superar las fronteras de la región. Cuando aparece bajo el cielo del Valle la voz fresca y sonora de Jorge Oñate, crece la audiencia por del vallenato; luego le siguen Poncho Zuleta, Rafael Orozco y Diomedes Díaz. Con estos cuatro cantantes comienzan los años dorados del vallenato y proliferan los compositores. La grandeza universal de la música vallenata se logra por la armonía del cantante y el acordeonero en la interpretación de hermosas canciones. Hoy el firmamento de Colombia se ilumina de estrellas del canto vallenato, entre ellos: Iván Villazón, Silvestre Dangond, Peter Manjarrés, Jorge Celedón, Martín Elías… En el Festival, para un alto porcentaje del público, pierde expectativa el concurso de acordeoneros profesionales, dado que estos se ven acompañados por los mismos cantantes guacharaqueros de todos los años, y casi con las mismas canciones. Somos de la opinión de que en vez de obligar a que los acordeoneros canten como propone el columnista y vallenatólogo Julio Oñate Martínez, el Festival permita la presencia del cantante como cuarto integrante. Así surgirían nuevas voces y la calidad del concurso se elevaría. Un mal cantante daña la música, y el buen cantante no tiene que ser obligatoriamente el guacharaquero.

Escrito por: José Atuesta Mindiola
Fuente: El Pilón

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