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El museo que pone a prueba los mitos del vallenato

La Casa Beto Murgas Museo del Acordeón busca convertirse en referencia para el estudio del folclor.

En su quinto cumpleaños (1982), Beto Murgas jr. recibió un acordeón, que rechazó de inmediato. “Cuando uno es padre en esta región –dice Murgas padre–, quiere que su hijo aprenda a tocar. Pero él se sintió engañado al ver que tenía dos hileras, porque me veía tocar a mí en acordeones de tres”. Como el niño –después famoso, en el dúo Gusi & Beto– ni lo miró, el instrumento pasó años envuelto en una sábana.

Aquel regalo se exhibe hoy, no como reliquia familiar, sino como la primera pieza de una colección que creció espontáneamente y hoy le da vida a la Casa Beto Murgas Museo del Acordeón, que celebró su primer año contando historias sobre el instrumento que identifica al folclor vallenato.

La segunda pieza fue uno más antiguo, de solo una hilera, que fue de un arhuaco. Murgas padre lo encontró en el taller de Ovidio Granados –lutier de acordeones– y lo llevó para adornar su biblioteca al lado del que años atrás rechazó su hijo.

Adquirió el segundo “vejestorio” por nostalgia, pues en su niñez vio cómo se interpretaba en la serranía del Perijá, cuando subía a recolectar café. Pero, al ponerlos juntos, a la luz de las visitas, los instrumentos causaron sensación. Y ante tanta pregunta de la gente, sintió el deber de dar respuestas.

Murgas se había hecho acordeonero en su natal Villanueva (La Guajira) y en su juventud tuvo un conjunto que rivalizó con el de Emilianito Zuleta Díaz, y ya tenía la satisfacción de haber compuesto La negra (“La negra dice que ya no me quiere…”). Pero, se vio inmerso en la tarea de investigar.

Buscó a los juglares que quedaban –Pacho Rada, Moralito, Emiliano Zuleta–, indagó y preguntó qué había antes. Anotó que el instrumento de supuesto origen germano llegó a la zona por mar en la primera década del siglo XX y vino a reemplazar a las gaitas en la música local. Supo que Zuleta Baquero, el ‘Viejo Mile’, y su contendor, el humillado Moralito de La gota fría, fueron gaiteros que se pasaron al acordeón. Antes de esta adopción, las melodías que hoy solo se piensan en acordeón se hacían hasta soplando hojitas, dice.

De ahí salió un artículo publicado en la revista del Festival Vallenato. Al leerlo, un amigo villanuevero compró tres instrumentos en un anticuario y le propuso una conferencia en la Cuna de Acordeones. Esa primera charla atrajo a otros. La investigación reunió a Murgas con otro estudioso, Julio Oñate Martínez (El ABC del vallenato), y los llevó por el país dando conferencias sobre el acordeón y sus juglares.

Murgas se volvió coleccionista. Y de pronto se vio tan lleno no solo de instrumentos, sino también de investigaciones propias y ajenas (Tomás Darío Gutiérrez, otro vallenatólogo, le donó algunos trabajos), que le propuso a su familia abrir un museo en su propia casa.

casa beto muergas - museo del acordeon

Así, en el mismo espacio en el que la familia desayuna con esféricas arepas vallenatas se montaron vitrinas con todo tipo de acordeones y sus parientes (le tienen prometido un bandoneón). Se hicieron murales y se colgaron retratos. El comedor quedó entre dos vitrinas: una con la obra de Diomedes Díaz y otra con carátulas de la evolución discográfica.

No son solo carátulas descoloridas. Son pruebas que derrumban mitos como ese de que el vallenato se hizo primero con guitarra. Allí se aprende que Pacho Rada grabó primero en acordeón algo de esta música cuando tan solo se llamaba ‘música de la provincia’, ‘aire magdalenense’ o ‘música de acordeón’. La grabación no fue profesional. Por eso el primero en grabar un disco formal fue Abel Antonio Villa, junto con Guillermo Buitrago. “Discográficamente, el acordeón y la guitarra nacen juntos en el vallenato”, dice Murgas, y la prueba es ese álbum de 1943. Están los dos: acordeonero y guitarrista.

“No hubo rivalidad entre guitarra y acordeón en el vallenato –aclara–. Estaban los dos, solo que en esa época salieron muchos tríos, como Bovea y sus Vallenatos, por eso creían que comenzó con guitarra. Y así se consolidó inicialmente, pero su fortaleza estaba en el acordeón”.

Y terminó por imponerse al final de los 50, en las grabaciones de Luis Enrique Martínez, Alejo Durán y otros que mostraron la fuerza de esos ritmos que después se llamaron vallenato.

Se descubre la etapa de oro del acordeonista. “Él era el dueño de todo, de la voz, de la interpretación, de la composición y del conjunto. El único que mantiene este esquema es Alfredo Gutiérrez”. Carátulas de los años 60 y 70 lo prueban al anunciar: “Los Hermanos López” y, en letra pequeña: “Canta Jorge Oñate”, o esta: “Emilianito Zuleta y su conjunto, canta Poncho Zuleta”. A la luz de hechos posteriores, cuando Poncho, el cantante, despidió a Emiliano en el 2006, esta reliquia sorprende. Otra, del 76, reza: “El Binomio de Oro. Israel Romero y su conjunto, canta Rafael Orozco”. Tiempos aquellos: el cantante era un “invitado”.

Dicen que Jorge Oñate fue el primer cantante protagonista. Pero otros lo intentaron antes, acota Murgas. Y Diomedes también puso su antes y después. Primero lo anuncian como: “Diomedes Díaz con Elberto López y su conjunto”, después, como: “Los dos grandes (Diomedes y Colacho)”. Y más adelante, le canta “solito” a su fanaticada. “Es cuando Colacho Mendoza le dice: ‘Quédate con tu conjunto, que a mí me pagan individual’. Y Díaz aprovecha y los demás cantantes lo siguen”.

El mismo muro descubre la reivindicación de los compositores: “Al ver que, siendo el que produce la obra, le pone la espiritualidad o la picaresca y no aparecía, Rafael Escalona, que fue tan avispado, le dijo en 1971 a Alejo Durán: ‘Graba mis obras, pero yo salgo en carátula’ ”. Rita Fernández hizo lo mismo con Alberto Fernández, al igual que Hernando Marín. “El movimiento de cantautores comenzó con Adolfo Pacheco, en el mismo año, que decidió cantar sus canciones. Lo siguieron Gustavo Gutiérrez, Mateo Torres y Fernando Meneses”, evoca Murgas, que también hace recitales como cantautor, muchas veces junto al rey vallenato Almes Granados.

Quizás fue el germen del culto al compositor en el vallenato. Y el museo permite ver el camino recorrido. Basta recordar la historia del ‘viejo Mile’, que reivindicó la autoría de La gota fría solo en los 90. “Buitrago la grabó en los 40, con nombre de Qué criterio, y cuando la canción, con Vives, empezó a dar plata, Discos Fuentes alegó que era suya –dice–. Y el ‘viejo Mile’ buscó al abogado Martín Morelli, que dio un elemento de juicio contundente: presentó al viejo Moralito en persona y dijo: Aquí está el contrincante de Emiliano, diga si no es usted o si Buitrago tenía otro Moralito”.

Bien dijo el español Iván Burgos, asesor de museos, que pasó por Valledupar, que este tiene la ventaja de que su director es una “pieza importante”, porque da cátedra de vallenato.

Y Murgas explica hasta el shheng, instrumento que data de 3.000 años antes de Cristo, que un panameño de origen oriental le llevó hasta Valledupar para demostrarle que el acordeón, o al menos su más antiguo antepasado, no fue alemán, sino chino.

Y muestra los acordeones más usados en más de un siglo de recorrido vallenato; desde los de una hilera hasta los cromáticos que algunos tocan como rareza, pasando por los que la Hohner fabricó para Colombia: uno con el fuelle de nuestra bandera; otro, bautizado Rey del Vallenato, y el más reciente, que lleva el nombre de Emiliano Zuleta.

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Murgas, que dejó de tocar para ejercer otra labor, cuenta a partir de sus objetos cómo el acordeón pasó de ser visto como algo de “baja ralea” a ser orgullo familiar.

Su generación pasó de vivir el rechazo de antes –en el que madres, al estilo de Úrsula Iguarán en Cien años de soledad, les decían a sus hijos que era un instrumento del diablo y que su intérprete era un perdulario– a enorgullecerse al ver a su hijo convertido en acordeonero.

Liliana Martínez Polo
El Tiempo

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