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Al pan, pan y al vino, vino

Nunca antes en el curso de nuestra historia musical había llegado el vallenato tradicional a niveles tan críticos por no decir agónicos, respecto a su diluida identidad que día a día nuestros interpretes se encargan de desdibujar y aunque exentos de mala fé en sus intereses comerciales, no han tenido la más mínima prudencia para evitar un estrepitoso desastre folclórico.

Nuestros ritmos autóctonos se extinguen, no se vislumbran en el panorama nuevos cultores y el riquísimo catálogo del ayer es atropellado por una avalancha de fusiones, injertos y deformaciones, encaminadas, todas con premeditación, a lograr un escaño en las fiestas populares de otras áreas fuera del país vallenato. Esta intención es válida, pero queda trastabillando si se pierde el norte respectivo al apropiarse de influencias extrañas.

En las sabanas de Sucre, la llegada del acordeón desde comienzos del siglo pasado no tuvo el impacto que se sintió al otro lado del río magdalena quedando sólo en manos de algunos pocos aventureros y tocadores de jaranitas (colitas). Lo cierto es que allí el acordeón no fue masivamente manoseado, ya que tradicional en los sabaneros han sido siempre las bandas de viento.

A partir de 1960, Alfredo Gutiérrez, Calixto Ocho y Cesar Castro, junto a un puñado de virtuosos chupacobres, bajo la orientación de Toño Fuentes conformaron los irrepetibles “Corraleros de Majagual” que con su música briosa y festiva llenaron toda una gloriosa época con lo que hoy se conoce como música corralera, hasta el presente el mayor logro alcanzado en la fusión de los cobres con el acordeón.

Después de varias épocas de éxitos corraleros en al caribe colombiano, la música de Francisco el Hombre inició su victorioso recorrido por todos los rincones patrios cautivando a sabaneros y sinuanos que ya encarrilados en esta corriente mandaron la música corralera pa’ la cola del patio y tras un largo periodo de oscuridad, esta vuelve hoy a brillar gracias a los interpretes del vallenato, los mismos que en el pasado le dieron la profunda estocada.

A partir de los años 90, cuando el vallenato triste y plañidero se impuso en el interior del país, abanderado por grupos cachacales como los Gigantes, Los Inquietos, Los Angelitos y Los Chiches del vallenato sus repercusiones se han sentido a nivel nacional, no escapando de esto ni siquiera Valledupar.

La escasez de música alegre ignorada por los compositores de la nueva era al centrar su creatividad en torno a la congoja y la decepción obligó a los intérpretes de moda a echarle mano al cofre musical costeño donde abundan los ritmos que incitan al baile y al jolgorio.

A partir de entonces ha sido ya reglamentario incluir en cualquier producción casi siempre de corte romanticoide un porro, fandango o paseaíto para darle un toquecito festivo con sabor corralero a uno de los temas del quejumbroso CD.

La letra original es cambiada cayendo todas en el ya desgastado mensaje que recorre en su texto todos los pueblos de la costa con saludos y adulaciones dirigidas a personajes, parranderos y alcaldes que puedan originar un contrato musical. Esto también es válido y hasta aquí las cosas son aceptables. Pero, en los últimos años ha surgido una tendencia altamente peligrosa para la identidad del vallenato tradicional.

En nuestro panorama musical las estrellas del presente, las del pasado y las que tratan de brillar injertan en nuestras canciones clásicas segmentos con cobres, bombos y platillos de conocidas páginas del folclor sabanero repitiendo siempre los mismos (María Barilla, La Mona Carolina, El Pie Peluo, El Platanal, entre otros), cuando el arreglo musical va dirigido a la sabana, pero si el objetivo es el carnaval barranquillero se injerta con caña e’ millo o gaita exprimiendo a Pedro Ramayá Beltrán, Irene Martínez, La niña Emilia o Los Gaiteros de San Jacinto, promoviéndose esta melcocha musical como éxitos vallenatos.

Que lejos están de Colacho y el Negro Alejandro que en sus abundantes grabaciones arregladas con el bombardino de Rosendo Martínez, este siempre estuvo cercano a la melodía original permitiendo que aquello de verdad se escuchara bien bonito.

La situación es preocupante, pero tengo la esperanza que esta propuesta facilista y malsana para el vallenato tradicional al igual que la llamada nueva ola de reciente aparición, sean identificadas de manera sensata por los barones de la radio en respeto a nuestra identidad musical y que ojalá tengan la lucidez de poder llamarle al pan, pan y al vino, vino.

Escrito por: Julio C. Oñate Martínez
Fuente: El Pilón

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Un comentario

  1. Con todo el respeto a los conoceros del vallenato y musica de acordeon se refiere quiero decir, despues de las grandes glorias de la musica tantos vallenatos , como sabaneros…se ha ido imponiendo y seguira imponiense los estilos nuevos y comerciles es inevitable , para que quiere un artista de nueva generacion hablar de un folclor que ni siquiera conose, debemos reconocer algunos que son buenos y le canta a los principios . Un caso de abmiracion es jorge celedon que siempre en sus producciones incluye un son y un merengue vallenato … entonces ¿que genera mas billete lo folclorico o lo comercial