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La buena música es la que perdura

No podemos caer en los extremos de considerar que el vallenato verdadero y superior era el que cantaban nuestros juglares primitivos, ni tampoco repetirnos con la canción de Eugenio Mendoza, que el folclor es del campo; tampoco validar cien por ciento, las afirmaciones que  “Antes el compositor era más auténtico, porque las canciones nacían de vivencias, se le cantaba a los amores y a las cosas reales…”. Dos explicaciones para no caer en estas posiciones sesgadas: El folclor no es del campo, es del pueblo; otra cosa, es que las características productivas de un pueblo en determinada época de su historia, sean agrícolas y ganaderas. El músico por excelencia es un creador, y este poder creativo le da la capacidad de cantarle a los acontecimientos vividos, soñados o supuestos, o que hayan vividos otros y él cante por esos otros.

En el caso de nuestra música vallenata, los músicos de principio de siglo XX eran en su mayoría campesinos e iletrados, tenían lo que el poeta español, Juan Ramón Jiménez, denominaba “instinto cultivado para la música y la poesía”.

Componían versos sencillos en el que reflejaba su entorno campesino, y algunos con ciertos matices de poesía. Pero el verdadero auge del vallenato empieza con las canciones de Tobías Enrique Pumarejo, Rafael Escalona y Leandro Díaz, y ninguno de los tres era campesino ni iletrado. Desde su infancia fueron lectores de poesía, de la naturaleza y de la música. Tobías Enrique estudió en Medellín y Escalona curso hasta quinto año de bachiller (1948) en el Liceo Celedón, y estuvo rodeado de amistades intelectuales influyentes (entre ellos: el escritor Gabriel García Márquez; el profesor y músico, Alfonso Cotes Queruz,  y el declamador y pintor, Jaime Molina). El caso de Leandro, es muy particular, un verdadero genio, nace invidente, pero desde niño su tía  Herotida le enseñó la importancia de los libros, ella le leía, y cuando él tenía la oportunidad pedía a otras personas que le leyeran. (Según sus palabras, la novela María de Jorge Isaac, se la leyó en San Diego, la joven Fanny Zuleta, quien después se convirtió en la  esposa de ‘Colacho’ Mendoza). A este trío precursor del vallenato clásico, se unió el romántico cantor Gustavo Gutiérrez Cabello, estudioso de la poesía, la preceptiva literaria y la música universal. Con estos cuatros grandes compositores, la creación del Festival vallenato y el surgimiento de la voz fresca y sonora de Jorge Oñate, la música vallenata conquista nuevos espacios, que se fortalecen con la llegada de los cantantes Poncho Zuleta, Diomedes Díaz y Rafael Orozco, y el apogeo de una pléyade de compositores (Fredy Molina, Emiro Zuleta, Carlos Huertas, Mateo Torres, Sergio Moya, Máximo móvil, Alberto Murgas, Santander Durán, Roberto Calderón, Fernando Meneses, Rosendo Romero,  Hernando Marín … y de la región sabanera, Adolfo Pacheco).    Ahora han surgido otros compositores y otros intérpretes del canto y del acordeón, y compartimos la opinión de que “no todo lo que se toca en acordeón es vallenato”. Estos jóvenes pertenecen a su época, ellos tienen sus seguidores y viven de su música; tenemos que respetarlo, no rotularlo ni criticarlo. Déjenlos que canten, que bailen.

La buena música es la que perdura. Y con la intención de preservar y difundir el vallenato clásico, en buen ahora, fue creada la Fundación Cultural de Dinastías, Juglares y Reyes Vallenatos.

Escrito por: José Atuesta Mindiola
Fuente: El Pilón

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