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El Vallenato en Macondo

“En la rica tradición oral que recorre nuestra sangre, infinidad de seres imaginarios crean mundos, se transforman, protegen, destruyen” (Leopoldo Berdella de la Espriella).

Al inolvidable Clemente Manuel Zabala, ex jefe de redacción del periódico El Universal de Cartagena, se le atribuye el hecho de ser el primero en darle importancia cultural a la música vallenata, la que vendría a influir en toda la obra de Gabriel García Márquez, quien a finales de la década de los años cuarenta se interesó por esta música, cuyo ritmo estaría entrelazado con la forma de concebir el mundo de sus libros. Para la época, el joven de Aracataca ya conocía e interpretaba los cantos de Rafael Escalona en su violina.

Cuentan algunos vallenatólogos, entre ellos Enrique Santos Calderón, que Gabriel y Escalona se conocieron en Barranquilla por el mes de marzo del año 1950, encuentro que permitió que el compositor le cantara “El Hambre del Liceo” en el Café Roma, donde relataba el acontecer de la vida cotidiana.

Quizás en él influyeron Kafka, Faulkner, Heminguay, Virginia Wolf, Truman Capote, tan válido, como lo popular y el folclor que va insertado en su narración. Esto también le dio una percepción del mundo literario, el encuentro con el hombre raizal de la Región Caribe; se paseó por Riohacha, Villanueva, Valledupar, El Paso, Ciénaga, El Copey, al lado de Rafael, Zapata Olivella y de su hermano Luís Enrique García Márquez, este último con quien compartió la frustrante experiencia como vendedor de libros, que no le dejo ganancias económicas, pero sí un importante acervo folclórico e histórico.

El vallenato en García Márquez

Este entorno lo alimentó de la tradición oral, fantasías y del asombro, sin importarle los sinsabores y las amarguras que la vida le deparó por esos días. Sus correrías como observador del universo musical le permitieron forjarse y soñar con la magia que encerraban esos territorios, lo que después sería conocido en el mundo entero como el realismo mágico y que otros llaman relato fantástico.

Toda la obra literaria de García Márquez está atravesada por el folclor vallenato: cantores, acordeonistas, decimeros, personajes míticos y relatos que demuestran que este cordón umbilical estará siempre en nuestro Premio Nóbel.

En mayo de 1948, en su columna “Punto y Aparte” del Universal, le hizo un reconocimiento al instrumento: “El acordeón legítimo, verdadero, es este que ha tomado carta de nacionalidad entre nosotros, en el valle del Magdalena. Se ha incorporado a los elementos del folclor nacional…”

En otro trabajo periodístico, publicado el 24 de marzo de 1950, le hace un homenaje al compositor: “El caso de Escalona es distinto, porque es quizás el único que no conoce la ejecución de instrumento alguno, el único que no se convierte en intérprete de su propia música”. En el mismo diario, el 30 de marzo de 1951, publicó el articulo “Un plagio a Escalona”, y quince días después “Cantos viejos de Escalona”.

En “El coronel no tiene quien le escriba” una vez más aparece el autor de “El trajecito” (ese que tiene flores pintadas): “El coronel se sintió desgraciado. Es como andar cargando el santo sepulcro –protestó-. Si me ven por la calle con semejante escaparate, me sacan en una canción de Rafael Escalona”.

“Los funerales de la mamá grande” es todo un acontecimiento, no sólo literario, sino porque en este cuento se dieron cita los personajes que se pasearon por la geografía de Macondo: “Allí estaban, en espera del momento supremo, las lavanderas del San Jorge, los atarrayeros de Ciénaga, Las brujas de la Mojana, los salineros de Manaure, los acordeoneros del Valle de Upar, los chalanes de Ayapel, los improvisadores de las sabanas de Bolívar”.

La parranda en «Cien Años de Soledad»

En “Cien años de Soledad” hay treinta páginas dedicadas al acordeón y la parranda, y es la obra donde más se siente el palpitar de la guacharaca, la caja y el acordeón. Allí están reunidos todos los músicos de la región, incluso los que hoy en día continúan en el anonimato: “La noche de la rifa, los ganadores hicieron una fiesta aparatosa, comparable apenas a la de los buenos tiempos de la compañía bananera, y Aureliano Segundo tocó el acordeón por última vez las canciones olvidadas de Francisco el Hombre, pero ya no pudo cantarlas”.

En el año de 1969 el escritor publicó “La increíble y triste historia de la Cándida Eréndira y de su abuela desalmada”, con la que vuelve a recrearnos con la lúdica de nuestros pueblos y el canto vallenato: “Las conocí por esa época, que fue la de más esplendor, aunque no habría de escudriñar los pormenores de su vida, sino muchos años después, cuando Rafael Escalona reveló en una canción el desenlace y el terrible drama…”

Dos líneas de un verso de Leandro Díaz son el epígrafe de “El amor en los tiempos del cólera”. “En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada”. “Dos días después bajaron a la llanura luminosa, donde estaba asentada la alegre población de Valledupar. Había peleas de gallos en los patios, música de acordeones en las esquinas…”

“La Hamaca grande” también está presente en la obra de Gabo, lo cual ha permitido un estudio juicioso, como objeto de referencia desde lo semiótico. En “El general en su laberinto” encontramos ese cosmos rítmico y musical, en cuya portada está fotografiado ese aparejo de descanso desde donde se puede interpretar el mundo con sus contradicciones: “El general tenía una reputación de gran bailador, y algunos de los comensales recordaron que en su última visita había bailado la cumbia como un maestro”. Debemos recordar que tanto nuestra gaita como el pito travesero son los antecedentes de nuestro porro y del ritmo vallenato.

“Del amor y otros demonios”

Sierva María es un canto vallenato de Germán Serna Daza, que cantó y popularizó el primer Rey de la Leyenda vallenata. En el libro “Del amor y otros demonios” se menciona este nombre unas 185 veces. ¡Que mejor exaltación a tan  importante composición vallenata!: “Y es un nombre tan bello que hubiera sido casi un delito no utilizarlo para  un personaje tan bello”. Esto sigue demostrando que la música popular de la región caribe es una de las fuentes principales que alimenta la literatura de García Márquez.

“Era muy tarde, pero el apartamento de Asceneth parecía un invierno feliz, con el acordeón de Egidio Cuadrado y su combo de vallenatos. “Noticias de un secuestro” recoge el sentir del fuelle nostálgico, a pesar de tener en sus páginas los amargos momentos que vivió todo el pueblo colombiano. En “Crónica de una muerte anunciada” se habla del jolgorio popular: “La parranda pública se disparó en fragmento hacia la medianoche y sólo quedó el negocio de Clotilde Armenta a un costado de la playa”.

Del libro “El otoño del patriarca”, el escritor afirma: “Creo que más que cualquier otro libro, lo que más abrió los ojos fue la música, los cantos vallenatos. Me llamaba la atención sobre todo la forma como ellos cantaban, como relataban un hecho, una historia. Después comencé a estudiar el romancero y encontré que era lamisma estética”. En “Notas de prensa” publicado en el año 1995, se encuentra una crónica titulada: “Valledupar la parranda del siglo”, digna de leerse por la riqueza y grandeza de nuestros cantores, que siguen engrandeciendo este proyecto de nación.

Sin ninguna pretensión, sólo he querido recorrer en el tiempo, este importante aporte que el hijo del telegrafista de  Aracataca le ha hecho al folclor vallenato; y hoy nos urge volver a sus cuentos, novelas y escritos periodísticos, para conocer mejor su grandeza como uno de los mejores escritores universales de los últimos tiempos.

Escrito por: Arminio Mestra Osorio
Fuente: El Pilón

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