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Una genialidad de Calixto Ochoa

A mediados de la década de los años 50, en el  siglo pasado, se inició un importante período de esplendor musical en nuestra Costa Caribe, señalado por la aparición de nuevos ritmos de colombianísima factura que ponían en evidencia la creatividad sin límite que ha caracterizado a nuestros músicos, quienes sin pasar por la Academia sobresalen por su talento y genialidad.

En 1959, la euforia musical estremecía los bailes y ‘raspacanillas’ del mundo costeño con los ritmos de moda que se disputaban el gusto de la gente fiestera.

El merecumbé de ‘Pacho Galán ya tomaba proyección internacional, seguido muy de cerca por su hermano menor, ‘El Chiquichá’,  y peleando de  tú a tú con el mambo de Pérez Prado, los merengues de Ángel Viloria, los cañonazos que disparaba la Sonora Matancera, el vibrante rockand roll del norteamericano Bill Halley y sus cometas, las candentes guarachas en acordeón de Aníbal Velásquez y el ‘jalaíto’, un nuevo ritmo que siendo engendrado en Santa Marta por su creador, Carlos Martelo (El Piñón, Magdalena), hizo erupción en Barranquilla desde la disquera Tropical de esta ciudad.

El alegre ‘jalaito’ pegó y fuerte, tenía buen ritmo bailable y era muy pegajoso, lo que estimuló a diferentes músicos  a ocuparse de él. Uno de ellos, Calixto Ochoa, quien ya se destacaba en los Corraleros de Majagual, grabó de su cosecha un ‘jalaito’ que pregonaba este exitoso momento:

“Yo le pregunto a los viejitos

cuál es el ritmo de su agrado
me dicen que es el ‘jalaito’
porque les sirve de entusiasmo”.

Este fue el punto de partida para Calixto, en la exploración de la propuesta ‘marteliana’, orientada hacia la búsqueda de algo diferente con la complicidad de sus compañeros de grupo.

De manera amplia y detallada, Alfredo Gutiérrez nos explica al respecto que la percusión en esto fue definitiva, pues se tomaron algunos golpes en la tumbadora característicos de ciertos porros orquestados pero con un andante más acelerado, secundados por la caja con una expresión ritmatica diferente  a las de los ritmos que se interpretaban con acordeón.

Del tradicional paseo vallenato se antepuso la acentuación y cadencia mientras que la guacharaca se friccionaba en la forma ortodoxa de un paseo alegre y movido.

Respecto a el bajo acústico, de palo, o bajo parao’ usado en la época, este se pulsaba al igual que los merengues dominicanos de Vitoria o en algunas cumbias orquestadas en una función solamente de acompañante.

Cristóbal García ‘Calilla’ aún no aparecía con sus ‘broncas armonías’. El resultado fue el maravilloso paseaito, testimoniado por el tema ‘La ombligona’ que hizo eco en el primer LP de los Corraleros titulado ‘Alegre Majagual’ y que como ritmo quedó ratificado en el estribillo de la canción:

“Paseaito, yo no bailo más
paseaito con la negra Aideé
paseaito y el día que bailé
con su ombligo me quiso mata”.

Posteriormente hacia 1965 cuando Alfredo ya no estaba con los Corraleros, en una directa influencia de las orquestas y combos de Venezuela que nos invadían en ese momento, se cambió en el paseaito la forma de friccionar la guacharaca, adoptando el estilo que con el güiro imponían los ‘venecas’; la caja perdió sonoridad y el paseaito se mostró más suelto y bailable, como bien podemos apreciarlo al escuchar ‘Los Sabanales’ de Calixto.

Medio siglo después, el paseaito no baja una línea y es uno de los ritmos de la Costa que más se interpreta, ya sea orquestado o con acordeón.

Su vigencia se ha mantenido sin recortes en el tiempo y casi todos los grupos vallenatos de actualidad lo incluyen en sus catálogos, en ocasiones tratando de disfrazarlo con otras denominaciones, pero cualquier discurso melódico que cabalgue sobre su característico ritmo será siempre un paseaito, este invaluable aporte con el cual el genial Calixto Ochoa ha enriquecido la cultural musical del Caribe colombiano.

Escrito por: Julio Oñate Martínez
Fuente: El Pilón

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